sábado

Primero no tenía idea de qué estaba haciendo, ni de qué se supone que hiciera, ni cómo pensaba hacer para sentirme un poco útil, o al menos no demasiado inútil al lado de los mil consejos que sabía podían venir de su voz. Siempre elegí eso como la opción más segura... podía contactarlo, no me avergonzaba insistirle, y podía romperle soberanamente las pelotas para que te diera pelota. Y a él le salía mil veces mejor encontrar las palabras exactas para, por empezar, curvar las comisuras de tus labios y, si le parecía hacer que de tu voz se desprendiera una risa.
Sin embargo ahora no estaba él... ahora no podía estar él, y vos te acurrucabas.. pocas veces te mostraste frágil, y hacía muy poco que se había derribado la pared que estaba entre nosotras, pared que de vez en cuando tenía su nombre, lo cual hacía que las veces en las que te habrías mostrado frágil fueran aún menos.
La burbuja en la que involuntariamente encerrabas tus lágrimas estaba aún intacta, y de tu boca salían mil palabras, mil gritos del alma. Me hubiera gustado ser él por un segundo, poder escucharte y decirte, no un "lo que él te hubiera dicho", sino ser él para decirtelo. No confío en mis palabras, en mis consejos o interpretaciones, y no podía pedirte que confiaras en lo que fuera a decirte, en los sinsentidos que se me ocurrieran, en las asociaciones estúpidas y las ideas imposibles.

Yo enlazaba mis manos con tu pelo, te apretaba contra mí... te besé la frente y esperé que alguno de mis delirios te hubiera servido de algo.

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