miércoles

Nos vi envueltas en un viaje que no iba a ningún lado. Vos ibas un poco de la mano de ese extraño. Él no iba, se había quedado quieto en alguna parte. Pero su mano seguía con vos. Yo iba de la mano de otro, que tampoco iba con nosotras. También se había quedado quieto. Quietos por un tiempo, quietos hasta que estuviéramos de vuelta por esos lados, quietos hasta que decidiéramos dejar de entrometernos en la vida de la otra, dejar de viajar juntas para vernos desde lejos. Te acercabas de a ratos, y me hacías una pregunta, o me contabas sobre alguien a quien habías visto caer, o sobre quien habías caído. Te reías mucho, haciendo como que no me observabas. En realidad las dos estabamos tan pendientes de la otra que por momentos nos olvidábamos de nosotras mismas, parecíamos vivir a través de los ojos de la otra, decirnos mutuamente qué hacer y cumplir lo que nos era dicho, para que la otra pudiera seguir viviendo a través de nuestra piel. Y nos gustaba ese juego, nos reíamos de nosotras mismas. A veces juntas y a veces, cuando vos te sentabas a sentir la Mar (te sentías la Mar, te volvías la Mar), yo te escuchaba desde lejos, escuchaba tus suspiros en silencio, tus delirios de actriz y tu risa loca. No queríamos tocar el suelo. Me animo a pensar (y me anima pensar) que vos también me buscabas para mirarme en secreto, para escucharme gritar en silencio con las tormentas, para disfrutar el dolor que te causaran los ríos que me caían de los ojos. Cada vez que la desesperación te consumía recordábamos por separado cómo (mal) lo entendían los demás... cómo se preocupaban por vos y trataban de ayudarte. Buscabas un cigarrillo y lo atabas a tus dedos, la piel se consumía antes que el dolor, el humo se mezclaba con el vapor que el frío dibuja con la respiración en invierno. Entonces te aferrabas a su mano, y le decías que lo necesitabas, garabateabas letras en tu cuaderno, que un día eran para él y cuando lo habías olvidado no eran para nadie, o eran para todos. Yo me escondía en su pecho cuando tenía miedo, o cuando ya no tenía ganas de tener frío. Buscaba el cigarrillo para que te enojaras, para que me lo reprocharas sabiendo que no podías hacer nada y que me estabas haciendo sonreír. Y nos decíamos 'tonta', la una a la otra, cada una a sí misma viéndonos en los ojos de la otra. Viéndonos actuar, viéndonos llorar, mezclándonos entre el público para seguir en el teatro después de la función.
Era mágico, tu mundo. Era, porque pasaba hace mucho, porque pasa sólo a veces y no puedo decir que esté por volver a pasar. Siempre la mano es de otro y nunca fumás el mismo cigarrillo. El viaje no terminó,. No puedo decir siquiera que haya sido. Pero disfrutábamos mirarnos desde lejos, intercambiar dos palabras que a veces no tenían ni sonido ni sonrisa. Volvernos cómplices, quizás, de un juego del que nunca cruzamos palabra, un juego que no sabemos si existe, pero del cual escribir me entretiene, leer te divierte y probablemente me digas lo contrario.