jueves

-¿Se te ofrece algo? -preguntó la Magnolia, en francés.
-No... -dijo él, un poco dudoso.- ¿y a usted?
-Sí. Hace frío acá arriba, y hace mucho que no llueve también. Si podés traer un poco de agua, después podría pagarte.
Él hizo lo que la flor le solicitó, tan rápido como pudo. Trepó el arbol con cuidado, dejó su remera envolviendola, y bajó. Para cuando llegó al suelo tenía algún que otro raspón, y no se sentía bien. Regresó al día siguiente, y la Magnolia ya no lo recordaba, o fingía no recordarlo.

El niño se acercó a la flor que estaba en el piso. La rodeó y le devolvió la sonrisa. Se agachó a su lado, y apoyó su nariz contra uno de los pétalos. Muy despacio depositó un beso en uno de los pétalos rojos. 'Sos bonita.' Le dijo. La flor pareció volverse aún más roja, y bailó para él. Después él tuvo que partir, y, prometiendo a la flor que iba a regresar al día siguiente, dejó su bufanda para protegerla del viento. A la mañana siguiente efectivamente el niño volvió a ver a su flor. Repitiendo el ritual la rodeó y le sonrió, la besó en uno de los pétalos, y conversó con ella durante toda la tarde. A la hora de irse la cubrió con su bufanda.
-Esperá. -pronunció la flor, en el idioma de las flores. Pero el niño, por ser niño, entendió. - Yo también quiero que te lleves algo de mí.
Entonces el pequeño tomó uno de los pétalos, miró (primero con preocupación, después con temor y finalmente con aceptación) a la flor, y tiró de él suavemente. La flor intentó no quejarse, sin embargo podía percibirse su dolor. Él se llevó el pétalo consigo, y lo dejó en su hogar. Al día siguiente regresó con un sentimiento de culpa y una regadera con agua.
-Tomá. Perdón por haberte quitado el pétalo, Flor. Seguramente era mejor que me quedara... no sé, con una hoja, que quizás no te dolía tanto.
La flor no se sintió ofendida en lo más mínimo por el accionar del niño. En cambio agradeció el agua y dijo que lo de ayer no había sido nada, mientras que sus lágrimas caían disimulándose entre las gotas. Esa noche, el niño llevó una hoja consigo a su hogar.
-Buen día, Flor. - lo saludó al día siguiente. Ella le preguntó por la hoja.
-Gracias por ella. Está en mi hogar, junto con el pétalo. Lo noté un poco más... deteriorado, que cuando me lo llevé. ¿Vos sabés por qué podrá ser eso?
La flor sabía la respuesta, pero prefirió esperar. Claro que fuera de sí, el pétalo no sobreviviría mucho tiempo. Así como tampoco lo haría la hoja.
Tan fuerte era el vínculo que había entre ellos, que un día el niño se acercó a la flor y en voz muy baja le preguntó, 'No querés venir vos también allá donde yo vivo?' La flor se mostró al principio descolocada, y después, mientras pasaban las horas de la tarde, fue aceptando la idea. Esa noche el niño comenzó a tirar del tallo y, entendiendo los quejidos de la flor como parte de la conversación, la lastimó de modo tal que ella, para defenderse, se enroscó y se protegió de todo lo que fuera ajeno a sí misma.
-¿Qué pasa? ¿Qué pasa, Flor? ¿Te lastimé? -El niño lloró por tres días seguidos. Pero la flor ya no volvió a hablarle, ni a seguirle sus juegos inocentes. Sin más que hacer ahí, tomó su carga y continuó viaje.

No había hecho diez metros cuando encontró la siguiente flor.
-Hola. -dijo, no tan seguro como la primera vez que había entablado un diálogo con una de esta especie.
-Ho...la. -contestó la flor. Era de un color violeta intenso, aparentemente pequeña, aparentemente indefensa. Se cubría de hojas y sólo se podían ver sus ojos, oscuros.
-¿Por qué te escondés?
-Porque no soy tan bonita como las otras flores.
El niño la rodeó, acercó su nariz y aspiró su perfume, y la besó suavemente en uno de los pétalos. Ella se le quedó mirando, silenciosa. Siendo ya de noche, él se quitó el saco y lo usó para proteger a la flor. Ella estaba encantada, y lo siguió con la mirada cuando él se alejó hacia su hogar.
Al día siguiente volvió el niño a ver a su flor. Y al llegar la noche, y sin dudarlo, tomó uno de los pétalos y tiró de él, guardándolo en la palma de su mano. La flor, ingenua, se quejó poco del dolor.
-Entonces vos sos más fuerte.- dijo él. Pero todavía pensaba en la flor color carmín, y no podía evitar la comparación. La violeta hablaba poco, notó el niño. Y no bailaba. Era silenciosa, y estudiarla y entenderla era una de las cosas más interesantes que él había hecho jamás.
-A vos también te gusta observar a los demás, y por eso te quedás callada. -dijo una vez. Y estaba en lo cierto. - Quiero que vengas conmigo. - dijo el niño. Y sin pensarlo arrancó la flor, que sin poder evitarlo notó cómo perdía su vida en las manos del niño y se dejó caer. Poco antes de morir llegó hasta donde estaba la otra flor. La flor roja de la que el niño tanto le había hablado. Y era otra más de estas que se veían mucho más bonitas. La violeta se dejó caer de las manos del niño y se aseguró de hacerse tan pequeña que nunca más la volviera a encontrar.

No pasó un año antes de que el niño conociera a otra flor. Para acercarse a esta tuvo que aprender a escalar árboles, la Magnolia crecía en las ramas altas y él quería conocerlas vivas. Así hizo, y una vez que estuvo al pie de una de ellas, su nariz unos pocos centímetros por debajo de los pétalos, la besó.
-Ey. -dijo la flor.- ¿Quién sos? Olés a flores. ¿De donde venís?
-De abajo. Yo siempre vengo de abajo. Para vos todos los demás están abajo, porque vos estás muy alta.
-No. -refutó la flor.- Vos me ves alta porque creés que esto es arriba. Y yo creo que te estás confundiendo. Pero bueno, no me hagas caso.
El niño permaneció en silencio esta vez. Era un silencio de estupefacción, al principio no sabía cómo responderle y después se dio cuenta de que no necesitaba responderle.
-Yo te conozco a vos. Y vos me conocés a mí. ¿Por qué no me dijiste nada?
-Porque no quiero que te acuerdes de eso. - respondió el niño, reconociéndola al fin.
-Pero te lastimé. Perdón. Yo... era demasiado egoísta. Lo sigo siendo, pero distinto.
-No. No hay nada que perdonar.
Él se estiró para intentar besarla, pero sus pies eran demasiado cortos, su cuello demasiado corto, sus brazos necesitaban sostenerlo y de todos modos también habrían sido demasiado cortos.
-No te alcanzo.
-No querés alcanzarme.
-Sí, quiero. Quiero y pienso probártelo. Voy a alcanzarte y tomar algo de tí, porque quiero algo tuyo conmigo para que sepas que sigo recordándote.
Y bajó durante la noche, hacia su hogar. Y mientras caminaba de vuelta se cruzó con esa manchita de color con la que se cruzaba todas las veces camino a casa.

La rodeó como siempre la rodeaba, sonriéndole sólo con curiosidad. Pero esta vez la manchita le llamó la atención.
-Ey. Hola. Vos te la das mucho de hablar allá, pero al final a mi no me saludás nunca.
El niño se volteó y miró con más atención, descubriendo una flor que hasta ahora había sabido pasar desapercibida.
-¿Qué tal? -preguntó. Y le sonrió ahora con más ganas, y acercó su nariz a ella, y la besó en uno de los pétalos. Ella no tardó en sonrojarse como se sonrojan las flores azules.
-Yo bien. Como siempre supongo, acá en mi asiento de espectadora, tengo una de las filas de adelante. ¿Vos como estás?
-Triste.
-Ah.. ¿se puede saber por qué? ¿o por cuál? Ya sé. La roja.
-No, no...
-¿Violeta?
-No, no. ¿No supiste nada de ella? La estuve cuidando después de todo lo que pasó. Y volvió a crecer y está más fuerte que nunca.
-Me alegro. ¿entonces? ¿Qué te tiene mal?
-La blanca, la magnolia.
-Ah... claro. Seguís mirando para arriba-
-¡¿Y para donde carajo querés que mire?!
-Si crecieras....
-Falta mucho para que crezca. Y la flor roja cree que eso nunca va a pasar.
-Bueno, a decir verdad...
-Si dejás de insultarme sería más cómodo contarte lo que me pasa.
-Perdón. Es que me exaspera a veces.
-No.. está bien. Mejor me voy a dormir.
-Pero está lloviendo.. a mi también podrías dejarme algo para que me abrigue.
El niño se quitó la remera y envolvió la flor azul con ella. En silencio caminó hasta su casa, y cada mañana y noche que volvía a pasar por ahí, conversaba algunas palabras con la flor azul.

Fue una mañana en la que el niño llegó, la rodeó, le dedicó una sonrisa y la besó en uno de los pétalos, que la flor reaccionó de golpe en contra de su ritual.
-Si dejás de hacer eso me hacés un favor. Me estás tratando como tratás a todas las demás flores, y sé que a ellas las querés o quisiste porque... porque te gustaban. Si vas a tratarme así... entonces yo también quiero tratarte así.
Finalmente transcurrieron suficientes mañanas como para que la flor le dijera al niño que quería que él tuviera algo de ella.
-Pero cuando de las otras me llevé sus pétalos, o me llevé sus hojas, o quise que vengan conmigo, salieron lastimadas y no quiero lastimarte también.
-Adelante. Sacá uno. Mañana podés sacar otro, y así... supongo que con uno va a estar bien.
El niño hizo como ella le decía. En cierto punto a la flor sólo le quedaban tres pétalos, y mientras el llanto se escondía detrás del tallo, levantó sus ojos hacia él. Se acercaba la noche y ella pensaba, una vez más, entregar una parte de sí para que ésta fuera a parar al hogar del niño -seguramente entre sus brazos, pero como un fragmento de sí misma.
-No quiero lastimarte, pero yo también quiero tener algo de vos conmigo. No quiero hacerte llorar y por eso te cuido, y te abrigo con mis ropas, y te traigo agua cuando hay sequía y refugio cuando hay tormenta. Porque la única forma en la que puedo tenerte--
-No, esperá... -lo calló la flor. Y entonces entendió todo, y le sonrió comprensivamente, y se acercó hacia la mano del niño para ser acariciada por su piel. - ¿Tengo que dejar que me lastimes para saber que te importo?


mikaera.

"Y así arrancó para algún callejón... mirando nada, escuchando un adiós... adiós a todo placer que me saque de la amargura."

23-10-09


"Resonaron en mi mente los versos escritos por ella, en los que decía -y esta vez, con razón- que volver a tenerte entre sus brazos era la prueba no sólo de que no te habías ido, sino de que realmente hubo una primera vez en la que habías llegado."

20-10-09


"Estabamos ahí sentados perfectly still. Me hablabas al oído, me hacías el amor con palabras por primera vez."

24-10-09

miércoles

'Remember when we used to look
how sun sets far away
and how'd you say
hey, this name is over...'


Wtf?!
Nunca entenderé la actitud de los hombres frente a nosotros, los objetos. Proceden como si creyeran que la circunstancia de habernos dado vida les autoriza a tratarnos como a esclavos mudos. Jamás nos escuchan. Supongo que lo hacen por vanidad, por estúpido prejuicio de clase, pues consideran que un hombre es demasiada cosa para detenerse a departir con una alacena, o con una jofaina, o con un tintero. Eso menoscabaría su dignidad. ¡Qué tontos! No se dan cuenta de que quienes más aprovecharían del diálogo serían ellos, pues la condición de testigos inmóviles, sin cesar vigilantes, enriquece nuestra experiencia con garantías valiosas. Desde esa posición prescindente, que es un signo de flaqueza, los hombres se aíslan del mundo inmediato y se privan de las mejores amistades. Han decidido quedarse solos y que nosotros quedemos solos entre ellos. Es incomprensible. Y no hay manera de hacerles entrar en razón. Fingen continuamente no captar nuestros mensajes. O quizás la costra de orgullo empecinado haya endurecido su sensibilidad en tal forma, que ya no los captan.

Lo compruebo día a día. Una puerta se esfuerza por transmitir a su amo cualquier idea: la idea de que no debe entrar en una sala, por ejemplo. Llama para ello su atención girando con leve chirrido, y el muy testarudo prefiere atribuir ese movimiento a una corriente de aire, y se mete en el cuarto con las desagradables consecuencias que ello implicaba. Parece imposible que el hombre sostenga con sinceridad que la tierra está poblada de corrientes de aire y que ellas son las únicas responsables de cuanto acontece en torno suyo.

Y ¡qué decir de los nocturnos crujidos de los muebles!, ¡qué decir del tableteo fugaz de las persianas; del rezongo de las chimeneas; del gemido de los viejos escalones; de la vocecita de la pluma sobre el papel, que va murmurando: “¡no escribas eso, no escribas eso!”. ¡Qué decir de esa cortina trémula que de repente se echa a volar aleteando como un fantasma! Nada: todo son corrientes de aire, o ratas, o que si el calor produce esto y el frío produce aquello. Los hombres viven inventando leyes y coartadas para explicar lo más sencillo, lo que no ha menester de números ni de axiomas: que estamos aquí, a su lado, que somos sus amigos, que ansiamos comunicarnos con ellos. Me acuerdo que una mañana, en Buenos Aires, en la fonda de doña Estefanía, era tan fuerte mi parloteo que la tabernera empezó a correr por el cuarto, azotando las sillas con un plumero y gritando que una avispa zumbona andaba por ahí. Lo curioso es que cuando un hombre, más cuerdo que los demás, se rinde por fin a la evidencia de nuestra cordialidad y acude a nosotros fraternalmente, le enclaustran por loco.

Memorias de Pablo y Virginia - Manuel Mujica Lainez

jueves

Corren a lo largo de los grandes ríos, desde las empalizadas de Buenos Aires hasta la casa fuerte de Nuestra Señora de la Asunción, las noticias sobre los hombres blancos, sobre sus victorias y sus desalientos, sus locos viajes y la traidora pasión con que se matan unos a otros. Las conducen los indios en sus canoas y pasan de tribu en tribu, internándose en los bosques, derramándose por la llanuras, desfigurándose, complicándose, abultándose. Las llevan las bestias feroces o curiosas: los jaguares, los pumas, las vizcachas, los quirquinchos, las serpientes pintarrajeadas, los monos, papagayos y picaflores infinitos. Y las transmiten también en su torbellino los vientos contrarios: el del sudeste, que sopla con olor a agua; el polvoriento pampero; el del norte, que empuja las nubes de langostas; el del sur, que tiene la boca dura de escarcha.
La Sirena oyó hablar de ellos hace años, desde que aparecieron asombrando el paisaje fluvial las expediciones de Juan Díaz de Solís y Sebastián Caboto. Por verles abandonó su refugio de la laguna de Itapuá. A todos les ha visto, como vio más tarde a quienes vinieron en la flota magnífica de don Pedro de Mendoza, el fundador. Y ha crecido su inquietud. Sus compañeros la interrogaban, burlones.
-¿Has encontrado? ¿Has encontrado?
Y la Sirena se limitaba a mover la cabeza tristemente.
No, no había encontrado. Se lo dijo al Anta de orejas de mula y hocico de ternera que cría en su seno la misteriosa piedra bezoar; se lo dijo al Carbunclo que ostenta en la frente una brasa; se lo dijo al Gigante que habita cerca de las cataratas estruendosas y que acude a pescar en la Peña Pobre, desnudo. No había encontrado. No había encontrado.
Ya no regresó a la laguna de Itapuá. Nadaba perezosamente, semiescondida por el fleco de los sauces, y los pájaros acallaban el bullicio para oírla cantar.
Va de un extremo al otro de los ríos patriarcales. No teme ni a los remolinos ni a los saltos que levantan cortinas de lluvia transparente; ni al rigor del invierno ni a la llama del estío. El agua juega con sus pechos y con su cabellera; con sus brazos ágiles; con la cola de escamas azules prolongada en tenues aletas caudales color del arco iris. A veces se sumerge durante horas y a veces se tiende en la corriente tranquila y un rayo de sol se acuesta sobre la frescura de su torso. Loa yacarés la acompañan un trecho, revolotean en torno suyo los patos y las palomas llamadas apicazú, pero presto se fatigan, y la Sirena continúa su viaje, río abajo, río arriba, enarcada como un cisne, flojos los brazos como trenzas, y hace pensar en ciertas alhajas del Renacimiento, con perlas barrocas, esmaltes y rubíes.
-¿Has encontrado? ¿Has encontrado?
La mofa: ¿Has encontrado?
Suspira porque presiente que nunca hallará. Los hombres blancos son como los aborígenes: sólo hombres. Tienen la piel más fina y mas clara, pero son eso: sólo hombres. Y ella no puede amar a un hombre. No puede amar a un hombre que sólo sea hombre, ni a un pez que sea sólo pez.
Ahora nada por el Río de la Plata, rumbo a la aldea de Mendoza. El Gigante le ha referido que unos bergantines descendieron de Asunción, y por los faisanes ha sabido que sus jefes se aprestan a despoblar a Buenos Aires. Precaria fue la vida de la ciudad. Y triste. Apenas han transcurrido cinco años desde que el Adelantado alzó allí las chozas. Y la destruirán.
En la vaguedad del crepúsculo, la Sirena distingue los tres navíos que cabecean en el Riachuelo. Más allá, en la meseta, arden los fuegos del villorrio destinado a morir.
Se aproxima cautelosamente. No ha quedado casi nadie en los bergantines. Eso le permite acercarse. Nuca ha rozado como hoy con el pecho grácil las proas; nunca ha mirado tan vecinas las velas cuadradas que tiemblan al paso de la brisa.
Son unos barcos viejos, mal calafateados. La noche de junio se derrumba sobre ellos. Y la Sirena bracea silenciosamente alrededor de los cascos. En el más grande, en lo alto de la roda, bajo el bauprés, advierte una armada figura, y de inmediato se esconde, temerosa de ser descubierta. Luego reaparece, mojado el cabello negro, goteantes las negras pestañas.
¿Es un hombre? ¿Es un hombre armado de un cuchillo? O no... o no es un hombre... El corazón le brinca. Vuelve a zambullirse. La noche lo cubre todo. Únicamente fulgen en el cielo las estrellas frías y en la aldea las fogaradas de quienes preparan el viaje. Han incendiado la nao que hacía de fortaleza, la capilla, las casas. Hay hombres y mujeres que lloran y se resisten a embarcar, y los vacunos lanzas unos mugidos sonoros, desesperados, que suenan como bocinas melancólicas en la desierta oscuridad.
Al amanecer prosigue la carga de los bergantines. Partirán hoy. En lo que fue Buenos Aires, sólo queda una carta con instrucciones para quienes arriben al puerto, aconsejándoles cómo precaverse de los indios y prometiéndoles el Paraíso en Asunción, donde los cristianos cuentan con setecientas esclavas para serviles.
Las naos remontan el río, entre las islas del delta. La Sirena las sigue a la distancia, columpiándose en el vaivén de las estelas espumosas.
¿Es un hombre? ¿Es un hombre armado de un cuchillo?
Tuvo que aguardar a la luz indecisa de la tarde para verle. No había abandonado su puesto de vigía. Con un tridente en la derecha y una rodela embrazada, custodiaba el bauprés del cual tironeaban los foques al menor balanceo. No, no era un hombre. Era un ser como ella, de su casta ambigua, hombre hasta la mitad del cuerpo, pues el resto, de la cintura a los pies, se transformaba en una ménsula adherida al barco. Una barba rígida, triangular, le dividía el pecho. Le rodeaba la frente una pequeña corona. Y así, medio hombre y medio capitel, todo él moreno, soleado, estriado por las tormentas, parecía arrastrar el navío al impulso de su torso recio.
La Sirena ahogó un grito. Surgieron en la borda las cabezas de los soldados. Y ella se ocultó. Se sumergió tan hondo que sus manos se enredaron en plantas extrañas, incoloras, y el olear se lleno de burbujas.
La noche arma de nuevo sus tenebrosas tiendas, y la hija del Mar se arriesga a arrimarse a la popa y a deslizarse hasta el bauprés, eludiendo las manchas amarillas de los faroles encendidos. A su claridad el Mascarón es más hermoso. Se le sube la luz por las barbas de dios del Océano hacia los ojos que acechan el horizonte.
La Sirena le llama por lo bajo. Le llama y es tan suave su voz que los animales nocturnos que rugen y ríen en la cercana espesura callan a un tiempo.
Pero el Mascarón de afilado tridente no contesta y sólo se escucha el chapotear del agua contra los flancos del bergantín y la salmodia del paje que anuncia la hora junto al reloj de arena.
Entonces la Sirena comienza a cantar para seducir al impasible, y las bordas de los tres navíos se pueblan de cabezas maravilladas. Hasta irrumpe en el puente Domingo Martínez de Irala, el jefe violento. Y todos se imaginan que un pájaro está cantando en la floresta y escudriñan la negrura de los árboles. Canta la Sirena y los hombres recuerdan sus caseríos españoles, los ríos familiares que murmuran en las huertas, los cigarrales, las torres de piedra erguidas hacia el vuelo de las golondrinas. Y recuerdan sus amores distantes, sus lejanas juventudes, las mujeres que acariciaron a la sombra de las anchas encinas, cuando sonaban los tamboriles y las flautas y el zumbido de las abejas amodorraba los campos. Huelen el perfume del heno y del vino que se mezcla al rumor de las ruecas veloces. Es como si una gran vaharada del aire de Castilla, de Andalucía, de Extremadura, meciera las velas y los pendones del Rey.
El Mascarón es el único en quien no hace mella esa voz peregrina.
Y los hombres se alejan uno a uno cuando cesa la canción. Se arrojan en sus cujas o sobre los rollos de cuerdas, a soñar. Dijérase que los tres bergantines han florecido de repente, que hay guirnaldas tendidas en los velámenes, de tantos sueños.
La Sirena se estira en el agua quieta. Lentamente, angustiosamente, se enlaza a la vieja proa. Su cola golpea contra las tablas carcomidas. Ayudándose con las uñas y las aletas empieza a ascender hacia el Mascarón que, allá arriba, señala el camino de los tesoros. Ya se ciñe a la ménsula rota. Ya rodea con los brazos la cintura de madera. Ya aprieta su desesperación contra el tronco insensible.
Le besa los labios esculpidos, los ojos pintados.
Le abraza, le abraza y por sus mejillas ruedan las lágrimas que nunca lloró. Siente un dolor dulcísimo y terrible, porque el corto tridente se le ha clavado en el seno y su sangre pálida mana de la herida sobre el cuerpo esbelto del Mascarón.
Entonces se oye un grito lastimero y la estatua se desgaja del bauprés. Caen al río, estrechados en una sola forma, y se hunden, inseparables, entre la fuga plateada de los pejereyes, de los sábalos, de los surubíes.

La sirena, Manuel Mujica Lainez.

'You mean there must be something physical too? I suppose there is, but it's not exactly a consuming passion with any of us. It's just a relaxed, cheerful sort of thing, like being warm in bed. You're too confortable to bother about moving for the sake of some other pleasure.'

'It started during those first months we had alone together - after Hugh went abroad. It was the one way of escaping from everything - a sort of unholy priesthole of being animals to one another. We could become little furry creatures with little furry brains. Full of dumb, uncomplicated affection for each other. Playful, careless creatures in their own cosy zoo for two. A silly symphony for people who couldn't bear the pain of being human beings any longer. And now, even they are dead, poor little silly animals. They were all love, and no brains.'

'How could I have thought I could get away with it! He wants one world and I want another, and lying in that bed won't ever change it!.... Oh, I'm not stepping aside to let you come back. You can do what you like. Frankly, I think you'd be a fool- but that's your own business. I think I've given you enough advice.'
'But he- he'll have no one.'
'Oh, my dear, he'll find somebody.'

'It's no good trying to fool yourself about love. You can't fall into it like a soft job, without dirtying up your hands. It takes muscle and guts. And if you can't bear the thought of messing up your nice, clean soul you'd better give up the whole idea of life, and become a saint. Because you'll never make it as a human being.'


-- Look back in Anger, by John Osborne.
'esa inteligencia de la que convenientemente no sos inconsciente.. esa inteligencia que me diste, que permanece en silencio en vos... de ella te pido que te valgas, que fue la misma que permitió que hoy no necesite droga, tabaco o alcohol para poder entender lo que entiendo a partir de estas letras... a partir de palabras... papá, sé que contás con eso, sé que de vos - y de nadie más- viene ese deseo de entender más y a la vez la necesidad de taparlo porque para una mayoría es peligroso, para vos es peligroso. no quiero pasar más tiempo sin verte artista, no quiero confirmar que los atisbos de persona que vi en vos, las cartas que le escribías a mamá y todas las demás señales son producto de mi imaginación. no quiero hartarte con delirios que quisiera que entiendas, no quiero tampoco que creas que soy incapaz de controlar mi... me. no quiero que esto te asuste y que decidas seguir sin entender metáforas como sé que sos capaz...'
Es aliviante que ella deje de ser ella y pase a ser una más ...

domingo

La pequeña mujer
es una flor compacta
armónica y exacta
de exquisito poder.

Este tema en que voy
es de una adolescente
que creció de repente
por esas cosas de hoy.

Superó su candor
y cambió la inocencia
por una inteligencia
de persona mayor

sabe bien lo que quiere
cuándo, cómo y por qué

para que se libere
no hace falta un papel

sale a la vida
tratando de ser
lo que le dicta
su parecer
para ser

Ella

Mimando sueños
poblando espejos
tramando sexo

filtrando amores
por sus canciones
trinando soles

Ella mujer...

Y razona mejor
que su buen señor padre
y es hermosa su madre
pero ella está mejor

y si la hacen callar
ella asoma sus garras
agarra la guitarra
y se esconde a cantar.

Tiene voz de mujer
y sonrisa de nena
es como una sirena
que te embruja al cantar

canta bien lo que quiere
cuando afina la fe

la mentira se muere
en sus ojos café

sale a la vida
tratando de ser
lo que le dicta
su parecer
para ser

Ella...


Ella adolescente - Miguel Cantilo.

sábado

Primero no tenía idea de qué estaba haciendo, ni de qué se supone que hiciera, ni cómo pensaba hacer para sentirme un poco útil, o al menos no demasiado inútil al lado de los mil consejos que sabía podían venir de su voz. Siempre elegí eso como la opción más segura... podía contactarlo, no me avergonzaba insistirle, y podía romperle soberanamente las pelotas para que te diera pelota. Y a él le salía mil veces mejor encontrar las palabras exactas para, por empezar, curvar las comisuras de tus labios y, si le parecía hacer que de tu voz se desprendiera una risa.
Sin embargo ahora no estaba él... ahora no podía estar él, y vos te acurrucabas.. pocas veces te mostraste frágil, y hacía muy poco que se había derribado la pared que estaba entre nosotras, pared que de vez en cuando tenía su nombre, lo cual hacía que las veces en las que te habrías mostrado frágil fueran aún menos.
La burbuja en la que involuntariamente encerrabas tus lágrimas estaba aún intacta, y de tu boca salían mil palabras, mil gritos del alma. Me hubiera gustado ser él por un segundo, poder escucharte y decirte, no un "lo que él te hubiera dicho", sino ser él para decirtelo. No confío en mis palabras, en mis consejos o interpretaciones, y no podía pedirte que confiaras en lo que fuera a decirte, en los sinsentidos que se me ocurrieran, en las asociaciones estúpidas y las ideas imposibles.

Yo enlazaba mis manos con tu pelo, te apretaba contra mí... te besé la frente y esperé que alguno de mis delirios te hubiera servido de algo.
Y qué hago ahora con el amor que guardé para vos? Qué hago con las cartas que todavía no te di, qué hago con las noches en las que aún no te lloré, qué hago, amor, qué hago ahora con más sangre que la que mi corazón late, qué hago con mis palabras, de amor, mi amor? Qué hago ahora, que todavía no te perdí, que no se si alguna vez te tuve, ahora que fui feliz, qué hago ahora, amor, con estas noches de dolor, sin mi dolor?
Soy un par de labios
con gusto a desconocido
que dicen palabras
que nunca oíste

Soy un cuerpo nuevo
para que descubras
que se mueve de forma
que nunca viste

Soy piel extraña
sangre fresca
Soy besos o vicios
como te parezca

Soy una amiga que hace
las veces de amante
y en afán de no aburrirte
se desviste.

Soy compañía que compra
tapados y ropas de cuero
para que nunca veas
el mismo color de nuevo

Soy la que se desvive
por divertirte
y en pieles nuevas se viste
hasta que decidas irte.

jueves

Amor,

Sinceramente pensé que iba a ser difícil superarte. No, no, me entendés mal. No estoy hablando de superar lo nuestro... lo nuestro pasó hace mucho. Estoy pensando en ese talento único, esa feature que tenés vos de... encontrar... (porque no lo buscás, vos lo encontrás y por lo general es instintivo)... el punto exacto en el cual golpeás para que se rompa la estructura de diamante. No estoy queriendo decir con esto que yo sea un diamante, porque me veo un tanto más como un pedazo de carbón quemado... que de casualidad si es útil, pero definitivamente muy preciado no es. Sí, vos entendés este tipo de delirios. ¿Te acordás cómo delirábamos cuando todavía caminaba de tu mano? Sí, algo parecido viví esta vez...
Cuestión que pensé que realmente eras el mejor en esta arte. ¡Cómo me sorprendió este candidato! En cuanto a tiempo te superó definitivamente. Sí, los subeybajas de la vida, los cotidianos. La diferencia supongo estuvo en la duración. Y que en este momento yo ya estoy... como quien dice... preparada, para recibir golpes así. Allá lejos y hace tiempo todavía creía en eternidades.
Uno siempre dice que cree en la eternidad. Sí, evidentemente la palabra 'eternidad' existe, es un concepto que implica que algo -la creencia en el concepto, por ejemplo- se prolonga durante tiempo ilimitado... hasta que uno muere. Ahí está el punto. ¿Cuántas veces moriste? Yo ya perdí la cuenta. Volver a creer que uno cree en la eternidad cuesta, pero se puede. Y yo pude, unas cuantas veces más después de vos.
Sabés que me gustaban mucho las hamacas, darling. ¿Viste esa sensación de la bajada y la subida... donde parece que dejás tu corazón (y otros órganos vitales, pero no importan tanto para la metáfora) ahi abajo, en el suelo? Es divertido, ¿no? ... Vamos, a vos debería parecerte de lo más divertido. No, no, no me malinterpretes. Sabés que te conozco mejor que eso. Lo que a vos te resulta (o resultaba, al menos) divertido es empujar a la pequeña que se hamaca... ver la expresión en su rostro cuando se descubre a sí misma inmersa en tu juego.
Right, sweetheart, al final te superaron... un poco, y por el momento. No te lo creas del todo. En intensidad... bueno, no puedo saber eso. Crecí mucho desde esos años, vida. Y vos también creciste, sino no te podría decir estas cosas. La verdad... todavía espero (sí, uno siempre espera) que él también crezca... y no pida mil veces perdón sin por una vez perdonarse.

miércoles

Sos el agua fría
cuando quema mi piel bajo tus manos;
Sos el oxígeno
cuando me ahoga el tabaco de tu aliento;

Son tus palabras el orden
para el caos en mi mente
intentando inútil
seguir tus argumentos.

Sos la mano firme
cuando caigo rendida ante tus ojos;
sos amanecer
si me pierdo en la noche de tu cuerpo.

El sonido de tus pasos el que da sentido
a la silueta perfecta
sombra inerte que te muestra
en mi pensamiento.

Te volvés eterno
inalcanzable
sos la droga que mata al adicto
que calla y parece que alivia el dolor.



Sos el antídoto
para el veneno de tus besos.



Supongo
que (no tan en parte)
por eso
no puedo
dejarte.