Él no le dijo en todo el viaje hacia donde iban, pero cuando estuvieron lo suficientemente cerca como para que ella reconociera el paisaje se le escapó una sonrisa.- Me encanta. -fueron sus palabras, y la besó en la frente. Ella se sonrió, había aprendido a amar lo que él amaba, y además la vista era realmente hermosa. Los pastizales blancos reflejaban la luz del sol de la tarde que se escondía atrás en naranjas y violetas. El atardecer dibujaba un contorno dorado en sus cuerpos, que permanecieron ahí, abrazados, contemplando y contemplándose. Él buscó algo en su bolsillo, y sonrió sin querer. Ella le miró, curiosa como siempre, y sonrió extrañada cuando él encendió el fósforo. Era más difícil de sacar algunas metáforas que otras. Ella consideró el reflejo que el fuego presentaba sobre sus manos, y estudió atenta el paralelo con el sol. Él tenía la piel casi blanca, y el juego de luces y sombras la atrapaba.
Pero él volteó la vista, sin prestarle mucha atención a los repentinos cambios en la expresión de la mujer.
Casi por accidente estiró la mano y dejó caer el fósforo encendido, poco después quemando todo vestigio del paisaje.
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