sábado

"Siempre creí que mi futuro como arquero no tendría éxito."

Me crié rodeado de hombres que junto con mi padre trabajaban fabricando armas. Aprendí desde los ocho años a distinguir entre los diferentes tipos de cuchillas, espadas y elementos de corte. Mi padre no luchaba en persona pero de cierta forma había aprendido a llegar a la guerra. Fabricaba las mejores armas del pueblo en el que vivíamos.
Éramos cinco en mi familia. Mis padres, una pareja que llevaba veinte años de casados. Ella cocinaba para vender, y las mejores recetas eran originales de la casa. Yo era el mayor, pero ya tenía dieciocho años cuando empecé a entender las cosas. Sí, evidentemente me habría gustado entenderlas antes. Después estaban mis hermanas. La menor intentaba con sus cuatro años alcanzar la madurez de Catalina, de siete. Catalina leía todo el tiempo.
Mis días pasaban en el taller de mi padre. A los doce años podía construir mi propia cuchilla si así lo deseaba. Y las máquinas, y los filos y las demás herramientas nunca me fueron prohibidas, es más, a mi padre le encantaba que yo aprendiera su arte, pero más le gustaba cuando yo robaba alguna espada y e iba al bosque a divertirme. Qué más deseable que un hijo que haga aquello que uno no logró cumplir para concretar su felicidad, ya sea estudiar un oficio o ser libre. Supervivencia de la especie, asegurarse de que la sangre de uno llegue a tal fin, etcétera.

Tenía un amigo. Un amigo prohibido, claro. Su pueblo estaba del otro lado del bosque. Él tenía un año menos que yo, y lo había conocido un día mientras cazaba. Lo vi practicando con una espada de madera y al ver la mía se acercó.
- ¿De dónde robaste eso?
- En realidad la tomé prestada. Es de mi propia casa. ¿Quién sos?
- Martin... no se supone que esté hablando con vos. Si no me conocés entonces no sos de nosotros.
- ... ¿Sos un Jeihar?
Asintió. Y me golpeó con su espada.
- No sé usarla. - le dije algo avergonzado.
- ¿Qué sabés hacer?
- Construirla, si quiero.
- ¿Sabés construir de ésas? Genial. - percibí alegría en su voz. -¿Y para qué las usás?
- Mi padre las vende. -le contesté.- En realidad a mi me gustan otras cosas. Sé usar el arco.
- Entonces eras vos. Encontré un animal muerto por una flecha el otro día, en el bosque.
- ¿Lo encontraste? Ah, genial. No llegué a buscarlo, tuve que irme y fue realmente un desperdicio.
- No, no te preocupes. Lo llevé con mis mayores y fue nuestra cena ese día. Debo agradecerte.
- Bleh.
- ¿Entonces, tenés arco y flechas?
- Algo así, ¿querés ver?
Y le mostré mi árbol, mis pequeñas armas que no había compartido con nadie. No sé bien por qué me abrí así con ese extraño. Pero después empezamos a encontrarnos todas las semanas, y él practicaba con la espada que le regalé, y yo con mis flechas. Hacíamos buen equipo.

Cuando cumplí quince años mis padres contrataron a un maestro de armas para mí. Hawat era un hombre robusto y a la vez elegante, que no había visto antes por el pueblo. Estaba seguro de ello porque tenía particularidades que de otra forma habría notado, como por ejemplo el corte que llevaba en su barba, o la cicatriz que seguía la línea de la ceja justo por sobre el ojo. No tenía familia y había dedicado toda su vida a la lucha. Teníamos las lecciones de forma irregular. En los últimos meses hasta incluso me interrumpía durante el almuerzo o mientras dormía, sorprendiéndome con una espada sobre mi cuello.
- ¿Qué te creés que hacés? - me dijo un día, cuando por primera vez logré sostener la punta de mi espada contra su pecho. Yo lo miré confuso, y hábilmente supo estirar su pie hasta el mío sin moverse mientras yo lo miraba atónito, y tirarme al piso.
- ¿Qué hice mal? - pregunté en seguida.
- Muchacho... la admiración en tus ojos, sabías que yo te iba a superar, sabías que tu ataque no era para siempre.
- ¡No, no lo sabía! -refuté.
- Ah, ¿no? ¿Creías que por ponerme en una posición evidentemente complicada, ibas a matarme? ¿Por qué no lo hiciste entonces? ¿Por qué no clavaste la espada? - entendí a qué iba su pregunta, y negué violentamente con la cabeza.
- ¡¿Matarte?! ¡Pero sos mi maestro, no puedo matarte! ¡No quiero!
Hawat rió. Y yo lo miré totalmente extrañado.
- Acabarás por matarme. Cuando lo entiendas realmente, entonces mi función estará cumplida.
- Yo no puedo matarte. Yo no quiero matarte, sino no podría seguir aprendiendo.
- Ya te lo dije. Cuando claves esa espada habrás aprendido, y ya no importará.

Tres años después discutí con él acerca de mi participación en la lucha. Los Jeihar eran los soldados del pueblo vecino, que manejaba una industria un tanto superior a la nuestra. El inconveniente para ellos era la cantidad de población. Eran aproximadamente un cuarto de nosotros, y quedaban alrededor de veinte mujeres fértiles en todo el pueblo. Eran más hombres, pero cada vez más deteriorados por el trabajo de minería, que era en lo que se especializaban. Los Jeihar querían que nuestro pueblo se sometiera a su industria avanzada y así conseguir un aumento de población. Lo habían intentado de varias formas, incluso casando a una de sus mujeres con el hijo de nuestro alcalde, pero la pobre había muerto antes siquiera de quedar embarazada. Hacía cinco años lo intentaban por la fuerza, y se avecinaba una de las últimas luchas. Si lográbamos vencerlos esta vez, probablemente ya no quedaran suficientes de ellos como para iniciar otra antes de unos cuantos años. Yo no quería ir, y él decía que estaba realmente preparado y que debería. "Todo hombre con la capacidad de utilizar una espada tiene que estar entre las filas", había sentenciado.
- No te gusta esto, ¿o sí? -preguntó al fin. Yo suspiré y bajé mi espada, que hasta el momento seguía en guardia. Noté un dejo de esperanza en mi suspiro, realmente creí que por fin había encontrado a alguien que entendiera lo que sentía. Empecé a caminar, pasé por delante de él sosteniéndole la mirada y supo que tenía que seguirme. Nos adentramos en el bosque y caminamos juntos un largo trecho en el que él, paso tras paso, dejaba de ser mi maestro y se convertía en mi acompañante, o casi mi amigo. Llegamos hasta un árbol y trepé sabiendo que venía detrás de mí. Hawat trepó y se acomodó en una de las ramas, impaciente.
- Esto lo construí por mi mismo, con esto quiero pelear.- dije al fin, exhibiendo mi colección de flechas. Cada una tenía algo en particular. Levanté la vista hacia él, esperando encontrar esa sonrisa que me llenaba de alivio cada vez que hacía las cosas bien. En su lugar, la desaprobación y tristeza.
- ¿Y este juego?
- ¡¿Juego?! -lo cuestioné. ¿Acaso era tan tonto como para no darse cuenta de que...?
- Entiendo que quieras aprender arquería, pero no ahora. En cualquier momento podrían invadirnos, y entonces tendrás que estar listo. Vamos. -dijo, y me apuntó con su espada otra vez. Bloqueé su ataque empuñando la mía, casi inconscientemente.
- Lo ves... estás preparado para esto, naciste para esto, y con esto debés luchar. Hijo, abandoná el juego por un momento.
- No es un juego, Hawat.
- Está bien, un deporte.
- ¡Tampoco! Estas son mis armas...
- ¡Robabas espadas cuando eras un niño! ¿Creés que tu padre te inició en esta arte porque sí? ¿Porque quería que fueras como él?
Me quedé en silencio. Lo que decía era técnicamente cierto, no podía contradecirle. Intenté algún argumento que me saliera natural.
- Disfruto mucho más de la arquería.
- No te creo eso. Pensá en como eras de niño. La arquería te gusta ahora porque es algo que construiste por tu cuenta, porque es algo que logró superar el armado de espadas de tu padre. A todo niño de quince años le gusta superar a su padre. Concentrate en lo que necesitás en este momento, y así vas a saber lo que querés.
- Puedo hacerlo bien. Sé hacerlo. Y también hay arqueros para la lucha.
- Mostrame entonces.
Los ojos se me llenaron de esperanzas. Hawat era la única forma de lograr que mi padre me permitiera luchar sin espadas, y si lograba demostrarle que ciertamente era bueno con el arco y la flecha, entonces podía comprarlo. Sentí el temblor en mis manos al tomar una de las flechas y supe que eso no estaba bien. Quise concentrarme como me habían enseñado a hacer con las espadas, pero eso sólo desencadenó una serie de pensamientos relativos a lo que pasaba, que empeoró mi inseguridad. Tomé el arco y el corazón se me aceleró. Lógicamente, al disparar la flecha no conseguí lo que me había propuesto.
- Creí que habías aprendido algo. A argumentar por ejemplo. - concluyó. Y se alejó dándome la espalda. -Considerame muerto, Franco. Y acá tenés, por si te sirve de algo. - dejó caer su espada (aquella que yo tanto había deseado), y siguió andando.
Traté de formular alguna palabra que lo detuviera. Pero ya estaba hecho, y a modo de prueba, nada salió de mis labios.
Intenté disparar otra vez. Y de golpe pareció que todo el entrenamiento que había llevado en secreto, sirviéndome de las espadas que robaba para construir mis propias armas, había sido en vano. De un momento a otro había perdido mi habilidad. Jugueteé con una de las flechas en mi mano, la acerqué a mi muñeca y pensé en suicidarme. Pero la idea se fue de mi mente, era demasiado estúpido.
Yo no era un inútil. Sabía hacer bien lo que me habían enseñado: luchar con espadas. Tomé la espada de mi maestro en mis manos y la blandí. Era definitivamente hermosa, y hasta parecía más fuerte. Incluso yo me veía más fuerte ahora. Recordé algo que mi padre había dicho sobre los que usaban estas armas. 'Aquel que maneja una espada cual mano derecha de un artista, ése merece mi respeto.'
Y me sentí grande. Probé un par de movimientos con la espada de Hawat y corté como papel las ramas de un árbol. La decisión estaba tomada. Sería un gran Hawat, el hijo que mi padre siempre había querido tener.

Llegó el gran día, y busqué mi lugar en las filas, al lado de mi entrenador. Él había prometido quedarse tan cerca de mí como pudiera- después de todo, era mi primer combate real. Él me había permitido quedarme con su espada en tanto yo continuara mi entrenamiento, y eso hicimos.
Los jefes dieron la señal de avanzar, y en los primeros diez minutos la sangre de tres hombres estaba en mi arma. Miré hacia un lado y hacia el otro: Hawat ya no estaba. Pensé que eso no sería tan malo, podía valerme por mi cuenta. Tres hombres en diez minutos era bastante. Vi venir a alguien de los otros hacia mí, y blandiendo la espada en el lugar indicado cerré los ojos. Ese alguien la frenó tan fuerte que me obligó a abrirlos. No solía hacerlo, no me gustaba ver el rostro de mis oponentes al matarlos. Era algo que siempre me había gustado -el anonimato. Ellos no verían los ojos de su asesino, simplemente sería una espada del bando contrario la que habría acabado con sus vidas. Y yo no tendría que cargar por siempre con la agonía que se ve en el cuerpo cuando se separa del alma.
- ¿Qué hacés acá? -preguntó la boca que correspondía a esos ojos.
Reconocí su voz y me costó creerlo. Pero en mi proceso de convertirme en Grande, había logrado adquirir la frialdad de Hawat a la hora de luchar. 'Cuando entiendas, no serán vidas para vos, sino oponentes. Sus historias, sus amores, no valdrán más que los tuyos.'
- Lucho por mi pueblo. -le contesté, con voz inerte. -Igual que vos luchás por el tuyo. Lucho por aquello que quiero defender. Mi madre y mis hermanas están ahí atrás de los portones.
- Todo eso ya lo sé, Franco. Pero mi pregunta va hacia por qué no estás atrás, donde te corresponde.
- Me corresponde hacer lo que yo quiera, Martin.
- Sí, claro. Y ahora tratás de convencerte de que esto es lo que querés. ¿O ya te creés eso? -Martin siempre tenía esos malditos argumentos. Lo miré inevitablemente confundido.
El resto de la lucha pareció detenerse. Veía sangre por todos lados, y no me sentía bien.
- Podría matarte. -dijo Martin.
- Hacelo.- le respondí, casi sin pensarlo.
- Van a matarte si te quedás acá, por más bueno que seas no naciste para esto. Y no lo estás disfrutando.
- ¿Vos sí? - le cuestioné, creyendo que sabía la respuesta, creyendo que era obvia.
- ¡Claro que sí! -me sorprendió. Y lo miré insistente, buscando una explicación. -Puedo no disfrutar ver tan de cerca a los caídos, e incluso puede que no sea exactamente 'hermoso' sentirlos morir bajo mi espada. Pero yo creo que esta es la manera de luchar. Yo creo que este es el fuerte de mi pueblo, y por eso estoy acá, con ellos. Yo creo que así vamos a ganar. Y vos no. No te tenés ni un poco de fe con la espada en tus manos, nunca te tuviste fe así. Y sin embargo hay otra cosa en la que sí te tenés fe. Hay otra cosa en la que sí sabés que vas a sentir que hiciste algo. Podrás ser una gran copia de Hawat, aunque quizás nunca lo superes en las espadas. Y sin embargo podrías matarlo, sabés eso.
Asentí repetidas veces. Segundos después miré a Martin a los ojos y vi cuánta razón tenían sus palabras.
- ¡Andá! - me despertó. Y corrí entre la gente, entre las espadas, esquivándolos a todos, saltando la muralla de defensa y alcanzando por fin a los arqueros. Levanté la vista y llegué a ver que atrás de una de las ventanas mi padre me miraba. Quizás él no sentía respeto por mí. Pero me sentí bien. Sentí que podría más tarde pararme ante él y con honor decirle que creía en mí mismo. Eso bastó para que mi desempeño como arquero fuera el mejor que había visto durante todos estos años. Por eso digo que recién ahí fue cuando empecé a entender las cosas. Pero supongo que uno siempre "empieza" a entender las cosas. Y nunca termina.

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