Sigo queriendo creerte, quizás porque te sigo queriendo. Que todo era el cierre de un ciclo y que podría no verte nunca más. Confiás(te) en mí, y más te vale.
Sos una droga que trata de mantenerme sobre la línea entre el placer y la desesperación. Y la adicta se queda, más hacia un lado, más hacia el otro. Y si me desespero te escribo, si me da placer te beso. Lo que no es fácil es quedarme entre la acción y la pasión, quedarse en el stand-by del adicto que no puede más que deleitarse con el dolor de estómago y la sensación ahí abajo, y apretar las manos y respirar hondo porque no le alcanza el aire. Que no se termine, que no se termine, vos, ahí estás vos, lo que me dijiste, tu voz, tus besos, tus atentados.
Orgasmo.
Y después no hay nadie entre las sábanas, y el ritmo cardíaco vuelve (a veces más pronto, a veces más tarde) a la normalidad, y siguen mis manos apretadas y no falta dolor para vómitos de poesía.
A veces siento que es fácil decirte que no. Sobre todo si paso mucho tiempo sin verte, te volvés irreal.
Se trata un poco de eso, del cierre de ciclos, de la vuelta a lo conocido o la búsqueda (fútil) de resultados semejantes a los que producían tus palabras. Llevo tu molde y amaso y desmoldo. Pero son todas versiones, ninguna capaz de generar en mí admiración tal. Y a la vez está la sensación de creerme autora de todo, casi como si, sin mí, no huieras sido lo que sos, no te hubieras llevado nada de mí, nada de nadie.
Nadie, porque las hay, las hubo, las habrá.
Pero no importa tanto, no viene al punto.
Las contracciones cardíacas me las das igual, porque se trata de mi y no sé nada de vos, y no aparecés en la conversación, no aparecés en las lágrimas, no aparecés en las promesas.
Jugás seguro, y aparecés en todos los sueños, en todas las camas y en todos los poemas. Aparecen tus ojos en mi maniquí, que me toca como vos tocás y me dice lo que vos decís.
Aparecés en la tijera que corta y recorta, aparecés en mis respuestas y a veces me tomás por sorpresa, aparecés donde no deberías y te escribo un texto.
Me volaste la cabeza y nunca llegué a escribirte, en parte por odio, en parte por amor, para no aparecer en ninguna promesa, no darte ni sí, ni no; y encontrar otra cama en la que
el pánico
sea
promesa
y después
abrazo.