miércoles

¡Te quiero tanto!, ¡te quiero tanto!
Así, así te quiero, en oraciones diferentes.

Se escapan antes los besos, y me gustaría quererte con algún orden,
con algún ritmo como me querés vos.
Con paciencia...

Te quiero apurada. Te quiero en oraciones separadas,
de formas desiguales, desmedidas, desvestidas.

Te quiero, a veces te quiero para siempre, a veces nada más te quiero,
a veces no sé cuánto te quiero.


Me gustaría quererte de mil formas menos esta,
aunque a veces me gusta más cómo te quiero.

Si algún día mis palabras se mezclan todas,
(como si tenés un sueño en el que sólo te digo una palabra)
(una única palabra que diga todas las demás)
quiero que quieras recordar esa palabra
y no cada una de las que, si no, te digo.


Quiero quererte como quiero, y siempre me conflictúa, quererte.

Quizás quiero que no lo haga,
que quererte sea simple, como quiere Cortázar,
y vos querés que te quiera como quiero yo,
y el problema está sólo en el verbo.

lunes

Y que en tus ojos se vean el dolor y el placer,

que sientas mi cuerpo sobre el tuyo y no sepas nada más...


pero me ames,
no dejes de amarme...

martes

Pánico placer

Me volviste loca en todos los sentidos. Loca por seguirte, loca si me agarrabas la mano, idiota ante tu sonrisa, perdida porque te rías de algo que yo pudiese decir. Me volviste loca maníaca, todas las camas iguales después de la tuya, todas incompetentes y en todas yo fui una adicta buscando pánico. El pánico se siente en la boca del estómago y entre las piernas. Aunque (también vos hiciste eso) creo que lo de entre las piernas no les pasa a todas. Desde tus besos ningún otro beso tiembla, y habría que matarte por eso.
Sigo queriendo creerte, quizás porque te sigo queriendo. Que todo era el cierre de un ciclo y que podría no verte nunca más. Confiás(te) en mí, y más te vale.
Sos una droga que trata de mantenerme sobre la línea entre el placer y la desesperación. Y la adicta se queda, más hacia un lado, más hacia el otro. Y si me desespero te escribo, si me da placer te beso. Lo que no es fácil es quedarme entre la acción y la pasión, quedarse en el stand-by del adicto que no puede más que deleitarse con el dolor de estómago y la sensación ahí abajo, y apretar las manos y respirar hondo porque no le alcanza el aire. Que no se termine, que no se termine, vos, ahí estás vos, lo que me dijiste, tu voz, tus besos, tus atentados.
Orgasmo.
Y después no hay nadie entre las sábanas, y el ritmo cardíaco vuelve (a veces más pronto, a veces más tarde) a la normalidad, y siguen mis manos apretadas y no falta dolor para vómitos de poesía.

A veces siento que es fácil decirte que no. Sobre todo si paso mucho tiempo sin verte, te volvés irreal.
Se trata un poco de eso, del cierre de ciclos, de la vuelta a lo conocido o la búsqueda (fútil) de resultados semejantes a los que producían tus palabras. Llevo tu molde y amaso y desmoldo. Pero son todas versiones, ninguna capaz de generar en mí admiración tal. Y a la vez está la sensación de creerme autora de todo, casi como si, sin mí, no huieras sido lo que sos, no te hubieras llevado nada de mí, nada de nadie.
Nadie, porque las hay, las hubo, las habrá.
Pero no importa tanto, no viene al punto.

Las contracciones cardíacas me las das igual, porque se trata de mi y no sé nada de vos, y no aparecés en la conversación, no aparecés en las lágrimas, no aparecés en las promesas.
Jugás seguro, y aparecés en todos los sueños, en todas las camas y en todos los poemas. Aparecen tus ojos en mi maniquí, que me toca como vos tocás y me dice lo que vos decís.
Aparecés en la tijera que corta y recorta, aparecés en mis respuestas y a veces me tomás por sorpresa, aparecés donde no deberías y te escribo un texto.
Me volaste la cabeza y nunca llegué a escribirte, en parte por odio, en parte por amor, para no aparecer en ninguna promesa, no darte ni sí, ni no; y encontrar otra cama en la que
el pánico
sea
promesa
y después
abrazo.

miércoles

No te quiero como quiero quererte...
Te quiero como puedo, y a veces
más de lo que quiero poder;
a veces menos.

Ese deseo se envuelve en vapor y en nubes...
sus bordes se esfuman con el fondo
y se vuelven infinitos, extensos, con la nube.

Si te quisiera como quiero quererte
sería un amor finito.
Un amor sin vueltas y recobecos, un amor sin escondites
un amor sin carreras, un amor con remedios.

A veces te quiero y pensás que no.
O pensás que te digo que no, si te digo 'te quiero'.

Es triste no quererte tanto como puedo,
o poder quererte de más,
y que de vez en cuando me tires besos por la cabeza.

Es difícil ver como dormida te quiero perfecto
ni más ni menos, te quiero sin remedios, te quiero como quiero.
Y si no estamos dormidos, encontrás los bordes del cariño
ahí donde se cruzan con lo que vos me querés.

Una nube y otra nube, y nos queremos a veces más allá de tu nube,
a veces más acá de mi nube.

Y pensamos que nos queremos mucho, poco, nada...
Que nos queremos más o menos.
O que nos queremos
a veces.
No sé
cuánto te quiero,
(o cuánto quiero quererte.)


Pero sé que te quiero.
A veces mucho, a veces poco, y a veces nada.
http://youtu.be/wZi-HDLJifI

Se despiertan las puntas de los hilos que tejen mi cuerpo... se separan en hilos más finos, el aire alrededor se vuelve más permeable, y desaparece la película invisible que hay alrededor de mi piel, de la que pocas veces soy consciente.
Estiro mis brazos, extendiéndolos sobre el todo que me rodea, que me alcanza. Puedo moverme, formar parte del aire...
Mis brazos vuelven hacia mí, para abrazarme... el sólo deseo de atraerlos hacia mi cuerpo hace que los hilos se doblen y se acerquen. Cuando mis brazos están sobre mi pecho, me abrazo y siento cómo esos hilos van uniéndose a otros, formando conexiones tensas... si muevo los brazos siento como esas conexiones se rompen y a su vez se van formando nuevas, tan débiles (o tan fuertes) como las anteriores.

Quizás no me importe si esto dure para siempre...

Mis piernas se encargan de mecerme, y no llego a darme cuenta de dónde proviene la órden para que lo hagan, víctimas de una música que no puedo decodificar.

Sucede que en algún momento los hilos, atentos, ávidos, se conectan con hilos que se sienten distintos... las conexiones producen un cosquilleo más simple, más inesperado.

Sólo puedo sentir esos hilos cuando esto sucede... no hay información que procesar, no hay ideas invasivas... no hay cuerpo, no hay otros hilos. El contacto requiere mi atención completa... quiero que siga... Siento como nuevos hilos van conectándose, cada vez más unidos con los otros, cada vez más cerca, cada vez más superficie...

En la espalda, en los brazos, en los hombros...
La piel dejó de ser tal, mis manos, mis piernas, mi cabeza ya no se mueven por mi voluntad, sino que buscan encontrarse nuevamente con hilos tuyos, de los que enredarse y desenredarse, de los que tironear, a los que tentar a enredarse para después hacerse a un lado y darte cosquillas.

Ahora todo es hilos enredados, o esperando enredarse... ya no hay aire queriendo desvanecer los bordes de mi cuerpo, porque ya no hay bordes. No hay besos o caricias, sólo conexiones que se unen y separan. Siento el tirón de las separaciones y la atracción de dos hilos que están por enredarse... y una después de la otra van sucediéndose, a lo largo de todo lo que alguna vez consideré mi cuerpo.

Las separaciones se vuelven cada vez menos perceptibles, las uniones más fuertes... puedo acercarte hacia mí para mantener nuestros hilos unidos por más tiempo, o puedo deslizar mis manos para que vuelvas a sentir las separaciones y te cambie la respiración. Cuando se juntan nuestros hilos respiramos más fuerte... y nos damos cuenta de que algunos hilos son aún más fuertes que otros, que son más intensos, que las continuas intermitencias de los hilos que se unen y deshacen, que se forman y se separan, hacen que levante la temperatura.

más cerca
más lejos
más fuertes
más intermitentes
más imperceptibles
más rápido
más lento
más calor

La voluntad de las conexiones nos excede. Por más que intente alejarme, mis hilos tienden a tus hilos. Tus hilos tienden a mis hilos. La posibilidad existe, de que quizás no querramos separarlos.

Quizás no nos importa que dure para siempre.

Nada más hay ahora, que hilos que bailan ante el sonido del aire. Hilos que esperan, fines de largas conexiones que unen tus hilos con alguna clase de conciencia de mí misma, que a la vez son parte de mí, pero que me dictan tu temperatura, tu frecuencia, la intermitencia de tus hilos. La ambigüedad de pertenencia me confunde... quiero hacerme dueña de esos hilos; sé que son ajenos a mí al comunicarse conmigo, y que son más yo que nunca en el momento en que te conectan conmigo.
Me acompañan palabras que describen, ante la ausencia de conexiones que me abrumen, las conexiones que existen y las que puedo recordar.

jueves

Leías mis sueños. Tu respiración se condensaba antes de llegar a mis labios. No estabamos tan cerca esa vez, pero aún así sabías decirme si dormía o velaba. Decías que me escuchabas la respiración. Todavía lo decís. Pero respiro menos.
Leías mis sueños. Soñaba que soñábamos y amanecíamos desnudos, abrazados, besados, transpirados. Soñaba que volvías, que extrañabas contarme mis sueños antes de que los sueñe. Buscaba esa noche algo que me devolviera el aliento, algo que me escuchara antes de sonreír. Alguien con paciencia para esperar las palabras exactas. O esperar que yo las encontrara, para mí, y entonces dejara de necesitarlas.
Leías mis sueños... leías que nos soñaba, y te reías, y yo creía que de mí te reías. Me estropeaba contra esos sueños, contra la cama en la que los soñaba. Recorría el mapa como si con el dedo trazara líneas sobre tu piel, buscándome. Buscando algo que fuera sólo mío, algún secreto, alguna tontera, alguna ridiculez, tesoro, motivo razón o circunstancia.
Vos seguías ahí, semidormido. Y seguías leyendo mis sueños. Adivinándolos a partir de cambios en mi respiración, en la posición de mis pupilas (¡aún cuando tenía los ojos cerrados!) en la tensión de mis manos (bueno, eso era más fácil), en la fuerza con la que te abrazaba si dormíamos en la misma cama. Y me jodía un poco leer tus lecturas.
Vos leías mis sueños, yo leía que me leías. Horas de silencios inmensos, infinitos.
"Soñé algo."
Sonrisa, caricia. No quería que tuviera el mismo final.
Que elegía lo que soñaba, eso me hubiera gustado soñar.
Que los sueños dejaban de tirarme con realidades paralelas.

¿Qué es eso de soñar que nos escuchamos, nos miramos, nos besamos, nos sentimos, nos transpiramos... Somos...


Me ahogaba con la almohada para que pensaras que me había dormido. Y te escuchaba llamarme y me quedaba quieta... quieta... quieta.
¿Qué pasa?
A algunos sueños no los leías. Algunos se te escapaban disfrazados de días, de inventos e historias tristosas que algún día voy a escribir acá.


En mi mente volvía a esas calles y esos mapas, los caminaba despacio, dejando que las curvas de piel grisácea me llevaran hasta mi tesoro. Cerré los ojos con calma... apreté un poco la mano izquierda y con la derecha apreté el abrazo. Dejé que la respiración se volviera tan normal como fuera posible.
"¿No podés dormir?"


Sueño que soñás conmigo.
Dos líneas de alegría y una risa blanca.
Un abrazo impulsivo, apretado. De tus labios parte una canción.
Curiosa y atenta, espejo (a veces) de mis palabras. Pequeña locura.

Callé tus miedos la última vez... miedos que desconocíamos, miedos que no quisiste explicar. Sequé el dolor que caía por tus mejillas. Y sin embargo no fue suficiente... tu ausencia me vació el alma, te busqué, te esperé todos los días que siguieron.

Y apareciste después, al fin, con tu luz y tu miedo, que aún estaba atrás de tus pupilas.
Entonces creí que se había pasado todo.
Pero hoy gritás en silencio, que grita más fuerte, y tus ojos se vuelven úes y tus lágrimas mis lágrimas.

lunes

En el olvido de tu piel helada,
que no se rompe con mis palabras,
ni con mis abrazos,
ni con mis uñas trazándote líneas sobre la espalda,
volví a buscar aquella sonrisa
aquella espera incondicional
y el reflejo del dolor intenso del fracaso...

Llorá conmigo, besos fríos y ni una palabra
pero tus lágrimas se derriten en mis manos
y mi piel se sirve de tu aliento,
blanco, entristecido... muerto.

Príncipe, tu risa es tibia, me acompaña
río sobre tu cuerpo, río sobre tu piel...
y a veces dejo que me alcances.
Entonces tus manos atacan mis manos
y se enriedan, y se pierden...

Sigamos el juego,
aún puedo respirar en este orgasmo helado,
puedo abrazarte o mantenerte lejos,
todavía no ahuyentaste mis gritos de dolor
ni dejaste de llenarme placer.
Mis brazos abiertos reciben tu ternura
aguardan, acallan,
los gritos de niño que inundan tu voz.

No tengas miedo,
voy contemplar tu tristeza y llorar tus lágrimas
otra vez, estoy acá
para apagar con vodka tu dolor.

Tenés frío.
Dejame sostener tus manos
que arañan las paredes indestructibles de tu alma.
Que te lastiman cuando no podés darles una respuesta.

Te encerraste en un laberinto del cual sólo vos conocés las vueltas.
Y sin embargo no sabés dónde estás.

Soy tu espejo de recuerdos.
Para que te encuentres
Ciego, vivo, eterno.

sábado

Dejé de apagar la tristeza con besos ajenos
cuando encontré mi lluvia.

Los besos ajenos se sienten fríos
-más fríos que tus besos cuando eran ajenos-.

Tenés olor a estar en casa,
y lo demás no importa.

Las gotas de lluvia me dejan a veces
van a besar otros rostros
Pero otras tormentas no queman igual,
no recorren mi piel con la misma dulzura,
no se mezclan con las gotas que caen de mis ojos.

Mi cuerpo es de esa lluvia
y la distancia que invento entre mi piel y otra piel
desaparece cuando es tu piel.